Hay momentos en los festivales que no están pensados para la euforia ni para el hype. Son esos que caen como un abrazo cálido entre tanto bombardeo de beats y escenografías grandilocuentes. El regreso de CD9 en el Tecate Emblema fue exactamente eso: un momento suspendido en el tiempo, una burbuja nostálgica dentro de un cartel que mira al presente del pop, pero que esta vez decidió mirar hacia atrás… y con razón.
A las 6:20 de la tarde, cuando el sol comenzaba a bajar en el Autódromo Hermanos Rodríguez, Jos, Freddy, Alan, Alonso y Bryan volvieron a subirse a un escenario juntos. No era cualquier show: era su primera aparici
ón en un festival. Una especie de nuevo comienzo para una banda que supo marcar a fuego a toda una generación con sus letras simples pero efectivas, su estética de boyband y, sobre todo, esa cercanía genuina que construyeron con su público desde los días de Twitter y los pósters en cuadernos.
El público estaba ahí desde temprano. Muchas vinieron solas, otras con amigas de esos tiempos. Glitter, outfits que homenajeaban los looks de 2015, pancartas, cartitas… Como si el tiempo se hubiera comprimido. Y cuando sonó Me equivoqué como carta de apertura, el grito fue unánime. No fue solo por la canción: fue por lo que significó ese reencuentro.
Durante poco más de una hora, sonaron himnos como Ángel cruel, Vuelves, I Feel Alive y Eres, acompañados por fuegos artificiales, serpentinas y una puesta que, aunque sin pretensiones, sabía perfectamente lo que estaba haciendo: hablarle directamente al corazón de sus fans. Las mismas que los vieron crecer, separarse, volver, y que ahora cantaban con los ojos cerrados porque sabían que esta vez podía ser la última… o el principio de otra cosa.
Hubo abrazos, hubo lágrimas, hubo esa sensación colectiva de que algo especial estaba pasando. CD9 no solo regresó al escenario, regresó a la memoria colectiva de una generación que por un rato dejó de preocuparse por crecer, por cumplir, por seguir adelante. Por una hora, todas fuimos otra vez esas personas que los escuchaban en bucle en el cuarto, soñando con verlos en vivo.
El Tecate Emblema les dio ese espacio, y ellos lo ocuparon con altura. No intentaron disfrazarse de algo que no son. Vinieron a revivir lo que fueron, a agradecerlo, y a abrazarlo. Y ese gesto —humilde, sincero y directo— fue uno de los más genuinos del festival.
CD9 demostró que hay cosas que no necesitan estar de moda para ser importantes. Solo necesitan ser verdad.